El precio del desprecio de nuestra profesión
* Por Nicolás Laino
Si la educación te parece cara,
prueba con la ignorancia.
Esta famosa frase ha circulado como una bandera que protesta contra los recortes presupuestarios, la falta de inversión y de innovación real en los sistemas educativos. Es parte de las luchas y discusiones que venimos dando la comunidad docente de todo el país frente a las autoridades políticas, los medios de comunicación y la comunidad educativa toda. Ya conocemos los efectos nocivos que provocan las sub-ejecuciones de las partidas destinadas a educación, la reasignación de fondos para pagar deudas ilegítimas y un sinfín de causas que dejan a nuestras escuelas al borde del desmadre edilicio, con servicios alimentarios paupérrimos en los comedores, evidenciando la ausencia total de una verdadera conectividad y acceso a las nuevas tecnologías, salarios docentes que son carcomidos constantemente por la inflación y un largo etcétera.
Una rápida recorrida nos permite, a su vez, interpretar con total claridad el desprecio material, discursivo y simbólico que se pone de manifiesto en las valoraciones y apreciaciones que se hacen sobre nuestra tarea desde los medios de comunicación y los discursos políticos. Esto se da a través de varios caminos: no solo con las críticas descarnadas e infundadas que acusan prácticamente a los/as docentes de un supuesto mal nivel educativo y de los fracasos escolares, sino que también por medio del ensalzamiento de nuevas modalidades de enseñanza que prescinden claramente del rol de los/las educadores/as.
Las circunstancias actuales han provocado un fenómeno que acentúa lo que veníamos viviendo desde hace tiempo: la indiferencia. El problema radica en que se profundizó al interior de la propia comunidad docente. Las causas que pueden explicar esta situación van desde el alineamiento con las ideologías – con el perdón del término para referirme a quienes nos gobiernan en todas las jurisdicciones – de las autoridades, el temor a perder lo poco que se va conservando (sueldos diezmados por la inflación, pagados en cuotas, etc.) y hasta, incluso, la comodidad misma.
Quienes tratamos de reflexionar seriamente acerca de nuestra profesión docente, seguir formándonos y perfeccionar nuestras prácticas de enseñanza, sabemos que es irremplazable el contacto personal y el trabajo áulico presencial. Sin embargo, hay colegas que han encontrado un beneficio en permanecer en sus casas. Parece que no se evidencian los aumentos de los gastos que debemos afrontar los/as docentes al tener que desempeñarnos desde nuestros hogares: consumo de luz y electricidad, el desgaste de nuestros dispositivos tecnológicos (en los casos que se tiene acceso a ellos), los problemas de salud que acarrea estar tanto tiempo frente a una pantalla sin las consideraciones necesarias (sobre las que empleadores y ART han mirado para otro lado inescrupulosamente), por solo nombrar algunos ejemplos.
Las estrategias para hacerle frente a este destrato permanente se están reacomodando en el marco del aislamiento social. Y, como en todo proceso, hay avances y retrocesos. Quizás el panorama no sea para nada claro y hasta se peque de pesimista, pero los lineamientos de acción deben estar proyectados en lo que vendrá. Y no caben dudas de lo necesario que será la unión docente, comprendiendo que debemos salir de las estructuras burocráticas y sindicales que no nos han defendido, pues para ellos tampoco parecemos ser profesionales de la educación. El poder transformador está en nuestras manos y en la decisión de romper las cadenas de la pereza y del temor. Lo que vendrá será mucho mejor.