Feos, sucios y malos
*Por Gustavo Pedulla (docentes de AyL)
Hace 100 años atrás, a la abuela Ana, su padre le negó estudiar porque era mujer y “las mujeres que estudian, se vuelven independientes y dejan a los padres”. Analfabeta, los dejo igual, a los 9 años y se fue a trabajar. Con el abuelo, tuvieron dos hijas. Llegado el momento, decidieron dejar su tierra natal, Valencia, para que sus hijas pudieran estudiar, y no tuvieran que trabajar la tierra. Llegaron a Argentina por el 50`. Sus hijas, se recibieron, con mucho esfuerzo, de peritos mercantiles.
El abuelo Vicente vino de Italia desde muy pequeño y no pudo estudiar; sin embargo, aprendió a leer y escribir y no quiso que su hijo y su hija pasaran por lo mismo y los mandó a la escuela pública para que pudieran forjarse un futuro.
El abuelo Eugenio llegó sólo a tercer grado y tuvo que salir a trabajar. Fue gráfico en un diario de tirada nacional y aprendió la importancia que tiene la palabra.
Hoy ya en otro siglo, ya en otro año, ya en otra sociedad, el desafío es el mismo: reivindicar a la educación como motor de cambio de la sociedad. La ministra, como tantas veces, vuelve a atacar a la docencia, pero esta vez sus dichos parecen la confesión de un borracho en un bar a un amigo del alma. Habló de lo que hicieron por la educación antes, durante y lo que será después de la pandemia. Y como un alma despechada trató de justificar porque la comunidad docente se le enfrenta. Todavía no se dio cuenta que cada una de sus expresiones son el registro de su propio fracaso.
Para ella quien nace en un ambiente pobre tiene predestinado un trayecto educativo pobre que lo hará desertar de la secundaria (y mucho menos llegar a la universidad). La ministra tiene una visión determinista de la sociedad: plantea que el problema no es el aprendizaje, sino que enseñamos mal. Y redobla la apuesta expresando que enseñamos a enseñar mal. Este es su gran argumento para justificar la Unicaba.
Propone que muchas veces el docente en materias importantes de la secundaria no es docente recibido y es un profesional que se hace cargo del curso, que no pueden cubrir los cursos porque les faltan docentes. Expresa que los institutos de formación están tomados por la izquierda, que los estudiantes son cada vez más grandes, que eligen la carrera docente después de haber fracasado en otras carreras y de nivel socioeconómico más bajo con poco capital cultural, “y todo esto sin siquiera tener la pandemia” (sic).
Soledad Acuña le hace honor en todos los aspectos a su nombre: se mantiene en la soledad del poder y acuña frases que cada día la distancian más de la docencia. Hace uso de los recursos más siniestros de una sociedad. El desprecio descalificatorio hacia un otro que no es igual y como consecuencia no respeta, no hace más que poner en evidencia la ideología más rancia y despreciable. Banaliza la edad, la condición social, la ideología y los posibles fracasos anteriores de quienes se forman o se dedican a la docencia. Apela a enfrentar el pensamiento político diferente al suyo, estimulando la denuncia hacia los actores de la comunidad docente que no reproduzcan la línea de pensamiento oficial. Desconoce, trivializa y considera fútil el esfuerzo de las clases más sufrientes que ven en la educación y luego a la docencia, un camino hacia la superación y la movilidad social.
Los abuelos y la abuela Ana no se dejaron vencer por los mandatos de una sociedad que los ubicaba en un lugar que determinara su futuro y demostraron quiénes son los feos, sucios y malos.