El país de las granjas porcinas
* Por Fernando Vilardo (integrante de AyL)
Por estos días el Gobierno de Alberto Fernández está intentando avanzar en un acuerdo con China para la instalación de 25 mega granjas que permitan incrementar la producción de carne porcina para exportar al país asiático. Si bien todavía se encuentra en etapa de negociaciones, demorada por la resistencia que ha generado el proyecto en organizaciones ambientalistas y diversos sectores de la población, lo que ha trascendido es que el acuerdo implicaría incrementar su producción en 900 mil toneladas en los próximos cuatro años. Con este proyecto, China apunta a recuperar parte del stock perdido debido a la matanza de cerdos que tuvo que llevar a cabo debido a la peste porcina africana desatada en 2018. El negocio es redondo: al gobierno chino no sólo le resulta más barato llevar sus mega granjas a otras latitudes, sino también menos riesgoso en tiempos de desastres pandémicos.
Mientras Alberto Fernández dice (con real hipocresía) que lo que quiere es “cuidar la salud” del pueblo, lleva adelante casi en secreto un acuerdo que multiplicará los riesgos de nuevas enfermedades transmitidas vía zoonosis, como el actual Covid-19. Muy lejos de lo que señalan todos los gobiernos del mundo sobre la supuesta “imprevisibilidad” de esta clase de virus, los mismos tienen su origen en el modo de producción capitalista que desintegra ecosistemas acercando especies entre sí y en la cría industrial que se lleva adelante hacinando animales. Es esta matriz productiva, promovida por todos los gobiernos en el mundo, el origen de enfermedades como el Ébola, la Gripe Aviar y porcina, el SARS, el actual Covid-19, y de potencialmente nuevas y más letales enfermedades que ya se están denunciando.
El riesgo no se limita solo a la posible proliferación de enfermedades: la instalación de estas mega granjas incrementará la producción de soja y maíz transgénico para alimentar a los animales (es decir, más agrotóxicos, más contaminación del suelo, más deforestación e incendios, como los actuales en Córdoba). A lo que se le suma la contaminación del aire por la emisión de gases como dióxido de carbono y metano. ¿Por qué el gobierno no informa a la población sobre todo esto? ¿Por qué negocia casi en secreto? Porque intuye, con razón, que el rechazo que sería generalizado.
La cara visible del acuerdo en la Argentina es Felipe Solá (el mismo que a mediados de los noventa le abrió la puerta a la producción de transgénicos, hoy encumbrado en Canciller por Alberto Fernández), quien, con total cinismo, dijo en conferencia de prensa que hay que “mirar las cosas con realismo. Ese realismo supone una cosa: conseguir dólares como sea, dólares que reclaman el FMI y los grandes usureros del mundo. En eso coincide toda la dirigencia política, sin distinción, oficialistas y macristas. El “realismo” de los Felipe Solá y los Alberto Fernández es el mismo “realismo” que reclama el FMI y que conduce a más extractivismo, más destrucción de los bienes comunes, más proliferación de enfermedades, más deforestación, más agrotóxicos. Al “realismo” de los de arriba, tenemos que oponerle el realismo de los de abajo, el realismo del pueblo trabajador donde la prioridad sea la salud, las condiciones de vida y un modelo agroecológico de producción. Un proyecto alternativo de país y de mundo decidido y construido desde abajo.