Es pandemia, no guerra
*Por Gustavo Pedulla (docentes de AyL)
El tío Nardo era calabrés, era carpintero, no fumaba, no tomaba alcohol y llevaba una vida sana. Se murió con más de ochenta años de cirrosis. Se enfermó en la guerra, en el África. Las penurias de la segunda guerra mundial le arruinaron el hígado. Cada tanto venía a casa y charlaba con mi abuela de bueyes perdidos. Con mi hermano escuchábamos las charlas. Alguna vez nos contaba de la guerra, del calor del África, del hambre que pasaban, que cazaban ratones para comer algo, de cómo eran los alemanes y lo bien que lo trataron los ingleses cuando cayó prisionero. Pero había algo de lo que no podía ni quería hablar. No hablaba de la muerte. Esa imagen irrepresentable de la que en nuestra infancia alguna vez quisimos averiguar. Él se sonreía un poco y cambiaba de tema. La historia lo ubicaba y lo forzaba en su juventud, dentro del conflicto mundial, como vector de muerte. No podía escaparse.
Hoy atravesamos una pandemia. No es una guerra, no se le parece en nada. Podemos hacer analogías de batallas, de enemigos o de lo que se les ocurra. No es una guerra ni lo va a ser. El virus no tiene intereses económicos, ni políticos ni ideológicos, ni religiosos. Las pandemias son temas sanitarios. El virus no está escondido, como un francotirador, para atacarnos; somos nosotros mismos los que hacemos posible su transmisión. El proceso de negación- proyección hace que depositemos la responsabilidad en otro, por eso cabe tan bien la analogía de la guerra.
El Gobierno de la Ciudad, con una visión capitalista de costo-beneficio, sigue insistiendo en volver a las clases presenciales. “La vuelta a la presencialidad es nuestra prioridad”, sostuvo la ministra Acuña. El pensamiento negacionista nos presenta la pandemia como si fuera una guerra. Esa idea implica la necesidad de pérdidas circunstanciales. La vuelta a la presencialidad, con estos protocolos que no tienen justificación pedagógica ni sanitaria, implican enfrentar la pandemia transformándonos en vectores de muerte hacia otro semejante. La contradicción sustancial está en que a diferencia de un conflicto bélico nosotros podemos elegir si somos parte o no de esta maquinaria que tiene como objetivo la puesta en marcha del sistema económico que prescinde del bien social.
El tío Nardo no pudo elegir. La angustia del recuerdo de la muerte se traslucía en una mueca y en la mirada inquisidora de una abuela que hubiera querido anudarnos la lengua. Hoy nosotros podemos elegir. Esto no es una guerra. Depende de nosotros, de ponernos de acuerdo, de unir fuerzas como grupo, de hacer valer nuestras convicciones y evitar que nos hagan eslabones de una cadena de muerte.